Los resultados de las Cumbres del Clima serán los mismos que los de la de Copenhague 2009, por los mismos motivos que provocaron aquéllos. Únicamente modificando los motivos se podría obtener un escenario esperanzador.
El cambio climático ya no es problema. Ha desaparecido. Pregona el dicho popular moderno que lo que no sale en los medios de comunicación, no existe. Habría que añadir que los medios de comunicación han de ser de masas o mayoritarios para crear esa realidad. Si hacemos caso a Castells cuando argumenta que “en las sociedades contemporáneas, la gente recibe la información y forma su opinión política esencialmente a través de los medios, sobre todo de la televisión”, podemos concluir que “los medios de comunicación moldean la política” (Castells, 1998). En los procesos de comunicación política aparte de trasladar mensajes, se crean e interpretan realidades sociales subjetivas. Con esto se entiende que cualquier acontecimiento socio-político sea generador e interpretador de una u otra realidad social en tanto los mass media traten con una u otra escala de atención una pieza informativa.
La dinámica mediática actual genera fenómenos difíciles de explicar. Por ejemplo: al haber desaparecido el cambio climático de las pantallas y los titulares de los periódicos, parece que ya no es un problema. Pero, ¿es realmente así? ¿Ha dejado de ser un problema el cambio climático?
Llama la atención que los mismos medios de comunicación que anunciaban el Apocalipsis entre 2007 y 2009 debido al calentamiento global ahora marginen el tema (en el mejor de los casos). Recordemos que durante la Cumbre de Copenhague, entre tres de los principales periódicos de carácter estatal (El País, El Mundo, ABC), produjeron casi 300 titulares sobre la misma en 20 días (Ekologistak Martxan, 2010). Por el contrario, la última Cumbre celebrada en Lima en diciembre de 2014 pasó notablemente desapercibida. Y nadie recuerda que entre una y otra estuvieron puntuales a su cita anual: Cancún, Durban, Doha y Varsovia. Ante este verdadero apagón informativo, cualquiera podría imaginar que el cambio climático está bajo control.
Nada más lejos de la realidad. Rascando un poco la superficie mediática encontramos información que no solamente sugiere sino que establece contundentemente que la situación es muy negativa. Veamos. Que el clima mundial sufre un desequilibrio causado por las actividades del sistema socioeconómico es un hecho sabido y contrastado desde hace años. Se conoce porque el IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, en sus siglas en inglés), organismo científico que depende de Naciones Unidas, lo estableció así con extremada seguridad después de innumerables investigaciones en su informe de 2001 (el tercero de cinco, hasta el momento). En los posteriores informes no hace sino confirmarlo aportando más solidez a las pruebas. Por ejemplo, repasando su último informe (2013-2014) se puede leer que “el aumento de temperatura en 2100 se situará con mayor probabilidad en 1’5-4’5 °C. El aumento del nivel del mar desde mediados del siglo XIX ha sido mayor que la media durante los dos milenos anteriores… y a finales de siglo el mar habrá aumentado su nivel 0’26-0’98 m. La pérdida de hielo en Groenlandia se ha multiplicado por 6 desde 1992-2001 a 2002-2011.” Pero en estas proyecciones no acaban las malas noticias: a la vista de los informes respecto a la evolución de los descubrimientos del IPCC, se puede concluir que las proyecciones de los modelos de cada informe empeoran la situación respecto a los anteriores, y que posteriormente la realidad y sus datos empíricos terminan superando (a peor también) las proyecciones.
Bien. ¿Qué tenemos los ciudadanos y ciudadanas de a pie para enfrentarnos a esta situación? Pues tenemos a los representantes de nuestros gobiernos que, reunidos anualmente en Cumbres bajo el amparo de la ONU en la llamada Convención Marco de Cambio climático (CMNUCC), se autoimpusieron el mandato de darle una solución globalmente justa. De ahí salió el famoso, a la vez que insuficiente, Protocolo de Kioto (en vigor entre 2008 y 2012) y el compromiso de ampliarlo en ambición y periodo antes del final de 2009 (Copenhague).
La industria de los combustibles fósiles entonces redobló sus esfuerzos para hacer fracasar dicha Cumbre (a la que por cierto, asistieron más de 100 jefes de estado y gobierno), y para ello presionó en una doble dirección: a los gobiernos mediante lobbies, y a la opinión pública a través del negacionismo. Asociaciones empresariales, think tanks, sobornos y compra de científicos, puertas giratorias,… y cantidades ingentes de dinero procedente de las principales empresas energéticas para torcer el resultado del encuentro1. Resultado explícito: un raquítico documento2 en el que se acuerda (por primera vez sin consenso) un listado de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero de carácter voluntario y unilateral (muy lejos del carácter legalmente vinculante) que implicaría una aumento de temperatura mundial de 3,5 ± 0,7 ºC (PIK, 2010). Resultado implícito: el poder económico doblega la voluntad y los intereses de la mayoría de la población mundial cooptando a los gobiernos más poderosos y, dando así un golpe mortal a la esperanza de un proceso democrático para enfrentar globalmente el cambio climático. Copenhague supone un puto de inflexión a partir del cual el cambio climático salta de la agenda política y desaparece de los medios de comunicación. El cambio climático parece que deja de existir en 2010.
El esfuerzo de las actuales autoridades de la CMNUCC y la ONU por hacer aparecer vivo y útil el proceso de negociación internacional ha sido, al mismo tiempo, desgraciado e infructuoso. En Lima 2014, la última estación hasta el momento, se colocaron las fichas de partida para París 2015 en una casilla incluso anterior a las del inicio de Copenhague 2009 (y 6 años más tarde). Antes de abril de 2015 los países enviarán individualmente sus compromisos de reducción de emisiones voluntarios para que en noviembre se pueda evaluar el informe conjunto con dichos compromisos. Dichos compromisos no son legalmente vinculantes. En perspectiva: en 2009 se partía con el marco legal vinculante y se atendía a las necesidades de reducción de emisiones con responsabilidades globales pero diferenciadas que establecían los informes científicos del IPCC. Acción conjunta, no individual.
Hoy en día el proceso climático se encuentra en la parte blanda de la política internacional, sin contenidos importantes ni poder para hacerlos cumplir. El campo de juego de la lucha contra el cambio climático se ha desplazado (una estrategia muy habitual del capital), confundiendo a no pocos ciudadanos, que pueden llegar a pensar que ya no existe dicho problema. La reducción de las futuras emisiones de gases de efecto invernadero se está jugando ya en los campos de la fractura hidráulica y la conformación de un mercado internacional del gas, en los Tratados de libre comercio, como el TTIP (Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones, en sus siglas en inglés), en el Plan Junckers y la Energy Union, en la financiarización de las infraestructuras energéticas y el traspaso del riesgo inversor del sector privado al público, en los movimientos geopolíticos que hay detrás de la bajada del precio del petróleo, en la ampliación de la frontera extractiva, y en la lucha por la democracia y la soberanía de los pueblos. Es en estos campos donde se ha establecido el poder duro, donde se está decidiendo el futuro climático mundial y donde se juega la supervivencia de gran parte de la humanidad y de la civilización con la esperanza de democracia. Si algún día el poder estuvo en la arena del proceso climático fue en los alrededores del 2009, posteriormente es seguro que se mudó una vez desactivado su potencial de transformación. Una de las características del poder real, el económico, el que no se atiene a las normas de convivencia ni a los pactos sociales locales o globales, es la libertad de movimientos y la capacidad para elegir el terreno de juego e imponer las reglas, o romper las ajenas y crear las suyas. Es tarea de las mayorías detectar en primer lugar dónde se encuentra jugando el poder, cerrarle los caminos de avance hacia la sinrazón y generar los escenarios que den respuesta a las necesidades populares, trascendiendo las esclavitudes de la deuda, la propiedad de la tecnología y la represión del sistema.
En este año 2015, en el que están en juego tantas cosas, no nos quedará París como última esperanza. Diciembre está en el horizonte y antes hay muchos pasos que dar en otras arenas diferentes de la climática para que, si todo va en sintonía con los intereses de las mayorías, París sea una consecuencia del camino recorrido. Si se consiguen ignorar los cantos de sirena de la fractura hidráulica en Europa y se detiene el mercado internacional del gas, si se impide la firma del TTIP, si se señalan las inconsistencias del Plan Junckers y se apunta a la pérdida de soberanía energética que supone la Energy Union, si se detiene la financiación del Banco Mundial, del BEI (Banco Europeo de Inversiones) y del BERD (Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo) a proyectos inútiles y fósiles, si se avanza en la soberanía de los pueblos para decidir cuánta y de qué manera desean utilizar sus energías en sintonía con otras sociedades y el entorno, entonces y probablemente solamente entonces, se estará en condiciones de conseguir el escenario propicio para establecer un plan de reparto justo de la reducción de emisiones necesaria para que el cambio climático deje de ser un problema muy grave. Y no solo porque desaparezca de los medios de comunicación.